Décimas Espinelas a Torreón
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Mi casa decora el cerro
que ve nacer a la alianza;
mientras la máquina avanza
con su crujido de hierro,
hacen sonar el cencerro
en la estación del torreón.
A la gente del furgón
vendo cigarro y bebida,
así me gano la vida
Y torreón mi corazón.
Era la china una dama
que difícilmente olvidas;
por ella daría la vida,
me dije al ir a la cama,
pues me hizo perder la calma
aquella dulce viajera
que fue primera extranjera
en quedarse en la estación,
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a formar la población
en edad de primavera.
Especias, granos, cominos,
rollos de tela de oriente;
el libanés persistente
logró al fin abrir camino;
ya no fue un pueblo vecino
a donde ir de pregonero
sino fue de los pioneros
en mercar establecido,
entre humo polvo y ruidos
al arribo de viajeros.
Rodaban los trotamundos,
que son las bolas de espinas,
por las aceras y esquinas
como esta gente de mundo.
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Para decir soy oriundo
de este precioso desierto,
se debe soñar despierto,
y también plantar en él
una rosa y un clavel
y el portón tendrás abierto.
Qué preciosa la laguna,
pues sólo hace falta verla
por el canal de la perla
en caminata nocturna
con una bolsa de tunas
y un agua de la alameda.
Ser un guerrero se hereda
como si fuera fortuna
como esta dama ninguna
que va vestida de seda.
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